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Lo primero que hago cuando me establezco en algún lugar, sea por mucho o poco tiempo, es mirar por la ventana. Quizás sea un instinto animal de autodefensa, un modo de ver las posibles escapatorias ante una situación de peligro. En este caso, el asunto estaba complicado, desde un noveno, hay poca salvación posible, ante cualquier peligro. Ah, y en Santiago, en Chile en general, todo tiembla. Sin embargo una vez alejados los miedos de manera intermitente vuelvo a mis propios pensamientos. La vida de los demás, en las grandes ciudades, con sus vidas, las vidas de los demás. Sus ventanas abiertas para que entre el caluroso y templado aire de otoño contaminado para refrescar sus cuartos, sus sonidos, su música y sus conversaciones, como en un panal, en el interior de sus vidas.
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